lunes, 4 de agosto de 2008

Jesús camina sobre las aguas

Mateo 14, 22-36. Tiempo Ordinario. Caminar con la mirada puesta en Él, así todo lo puedo, a pesar de las tempestades y dificultades.

Mateo 14, 22-36 En aquel tiempo, después de que se hubo saciado la muchedumbre, Jesús obligó a los discípulos a subir a la barca y a ir por delante de Él a la otra orilla, mientras Él despedía a la gente. Después de despedir a la gente, subió al monte a solas para orar; al atardecer estaba solo allí. La barca se hallaba ya distante de la tierra muchos estadios, zarandeada por las olas, pues el viento era contrario. Y a la cuarta vigilia de la noche vino Él hacia ellos, caminando sobre el mar. Los discípulos, viéndole caminar sobre el mar, se turbaron y decían: «Es un fantasma», y de miedo se pusieron a gritar. Jesús les dijo enseguida: ¡Animo, soy yo, no tengáis miedo! Pedro le contestó: Señor, si eres tú mándame ir hacia ti andando sobre el agua. Él le dijo: Ven. Pedro bajó de la barca y se echó a andar sobre el agua acercándose a Jesús; pero, al sentir la fuerza del viento, le entró miedo, empezó a hundirse y gritó: Señor, sálvame. Enseguida Jesús extendió la mano, lo agarró y le dijo: ¡Qué poca fe! ¿Por qué has dudado? En cuento subieron a la barca, amainó el viento. Los de la barca se postraron ante él diciendo: Realmente eres Hijo de Dios. Terminada la travesía, llegaron a tierra de Genesaret. Y los hombres de aquel lugar, apenas lo reconocieron, pregonaron la noticia por aquella comarca y trajeron donde él a todos los enfermos. Le pedían tocar siquiera la orla de su manto; y cuantos la tocaron quedaron curados.

Reflexión

No siempre es fácil discernir el verdadero del falso profeta. En ocasiones se nos presentan circunstancias personales o sociales en las que no sabemos a ciencia cierta descubrir la voluntad de Dios en nuestra vida. Un criterio seguro de discernimiento se mide por el contenido de las promesas: cuando todo parece de color de rosa y se nos asegura una vida cómoda, hay muchas sospechas de que venga de Dios. Cristo nos dijo que, si queríamos seguirlo, deberíamos tomar nuestra cruz e ir detrás de Él. Nunca nos habló de triunfos rápidos y fáciles, al estilo del mundo. Más bien, nos alertó ante el desaliento de la prueba, pero nos aseguró, al mismo tiempo, la fuerza para vencerla: “En el mundo habréis de encontrar tribulación, pero confiad: Yo he vencido al mundo” (Jn 16,33). Al ver a Jesús andar sobre las aguas por su propio poder debe llenarse nuestra alma de confianza y seguridad: a pesar de todas las dificultades del mar, de todos los vientos y tempestades, si vamos con Cristo, todo lo podemos. En su nombre, también nosotros podemos caminar sobre las aguas. Lo importante es tener fe en Él, confiar en la fuerza de su palabra y no aceptar dudas. Hemos de mirarlo a Él sin ponernos aconsiderar el viento y el mar. Sólo cuando bajamos los ojos de su Persona y nos miramos a nosotros mismos, empezamos a hundirnos, como Pedro. ¡Señor, aumenta mi fe y mi confianza en ti! Nunca permitas que me mire a mí mismo. Enséñame siempre a caminar en la vida con mi mirada puesta en ti, pues contigo todo lo puedo, a pesar de todas las tempestades y dificultades.

Autor: P Clemente González Fuente: Catholic.net

Dadles vosotros de comer

Mateo 14,13-21. Al enterarse de eso, Jesús se alejó en una barca a un lugar desierto para estar a solas. Apenas lo supo la gente, dejó las ciudades y lo siguió a pie. Cuando desembarcó, Jesús vio una gran muchedumbre y, compadeciéndose de ella, curó a los enfermos. Al atardecer, los discípulos se acercaron y le dijeron: "Este es un lugar desierto y ya se hace tarde; despide a la multitud para que vaya a las ciudades a comprarse alimentos". Pero Jesús les dijo: "No es necesario que se vayan, denles de comer ustedes mismos". Ellos respondieron: "Aquí no tenemos más que cinco panes y dos pescados". "Tráiganmelos aquí", les dijo. Y después de ordenar a la multitud que se sentara sobre el pasto, tomó los cinco panes y los dos pescados, y levantando los ojos al cielo, pronunció la bendición, partió los panes, los dio a sus discípulos, y ellos los distribuyeron entre la multitud. Todos comieron hasta saciarse y con los pedazos que sobraron se llenaron doce canastas. Los que comieron fueron unos cinco mil hombres, sin contar las mujeres y los niños.

comentario del Evangelio por Papa Benedicto XVI Sacramentum caritatis, 88 «Dadles vosotros de comer»

«El pan que yo daré es mi carne, para la vida del mundo» (Jn 6,51). Con estas palabras el Señor revela el verdadero significado del don de su propia vida por todos los hombres, mostrándonos así la profunda compasión que siente hacia toda persona. En efecto, de muchas maneras y en diversos pasajes, los evangelios nos narran los sentimientos de Jesús hacia los hombres, particularmente hacia las personas que sufren y hacia los pecadores. A través de un profundo sentimiento humano, expresa la intención salvífica de Dios para toda persona humana con el fin de que alcance la verdadera vida. Toda celebración eucarística actualiza sacramentalmente el don que Jesús ha hecho de su propia vida en la cruz, por nosotros y por el mundo entero. Al mismo tiempo, en la eucaristía, Jesús hace de nosotros los testigos de la compasión de Dios por cada uno de nuestros hermanos y hermanas. Es alrededor del misterio eucarístico que nace el servicio de la caridad hacia el prójimo, el cual «consiste precisamente en el hecho de que yo amo también, en Dios y con Dios, a la persona que no aprecio e incluso que ni tan sólo conozco. Esto no se puede dar si no es a partir del encuentro íntimo con Dios, encuentro que llega a ser comunión de voluntad hasta llegar a tocar al sentimiento. Es entonces que aprendo a mirar a esta otra persona no sólo con mis ojos y mis sentimientos, sino según la mirada de Jesucristo». De esta manera reconozco, en las personas a las que me acerco, unos hermanos y hermanas por quienes el Señor ha dado su vida amándolos «hasta el extremo» (Jn 13, 1). Por consiguiente, cuando nuestras comunidades celebran la eucaristía, deben hacerse cada vez más conscientes de que el sacrificio de Cristo es para todos, y que la eucaristía urge a toda persona que cree en él a hacerse «pan partido» por los demás y, por tanto, a comprometerse por un mundo más justo y más fraterno. Reflexionando en la multiplicación de los panes y los peces, debemos reconocer que, todavía hoy, Cristo continua exhortando a sus discípulos a comprometerse personalmente: «Dadles vosotros de comer». La vocación de cada uno de nosotros consiste realmente en ser, con Jesús, pan partido para la vida del mundo.

sábado, 2 de agosto de 2008

Muerte de Juan el Bautista

Mateo 14, 1-12. Tiempo Ordinario. Tenemos que estar dispuestos, por amor a Dios y a su Iglesia, a ser testigos del Evangelio.


Mateo 14, 1-12


En aquel tiempo se enteró el tetrarca Herodes de la fama de Jesús, y dijo a sus criados: «Ese es Juan el Bautista; él ha resucitado de entre los muertos, y por eso actúan en él fuerzas milagrosas». Es que Herodes había prendido a Juan, le había encadenado y puesto en la cárcel, por causa de Herodías, la mujer de su hermano Filipo. Porque Juan le decía: «No te es lícito tenerla». Y aunque quería matarle, temió a la gente, porque le tenían por profeta. Mas llegado el cumpleaños de Herodes, la hija de Herodías danzó en medio de todos gustando tanto a Herodes, que éste le prometió bajo juramento darle lo que pidiese. Ella, instigada por su madre, «dame aquí, dijo, en una bandeja, la cabeza de Juan el Bautista». Se entristeció el rey, pero, a causa del juramento y de los comensales, ordenó que se le diese, y envió a decapitar a Juan en la cárcel. Su cabeza fue traída en una bandeja y entregada a la muchacha, la cual se la llevó a su madre. Llegando después sus discípulos, recogieron el cadáver y lo sepultaron; y fueron a informar a Jesús.


Reflexión


Jeremías y todos los profetas de Israel fueron siempre perseguidos por proclamar el incómodo mensaje de Dios, que exige una auténtica conversión del corazón.

Pero siempre afrontaron la persecución con ánimo viril e intrépido, aun a costa de la propia vida y del derramamiento de la propia sangre, como Juan Bautista, para dar testimonio de la verdad de Dios y de su palabra.

Juan el Bautista es el ejemplo clásico de la defensa inerme y valiente del profeta que, por defender su fe y la verdad, termina su vida como víctima fecunda, prefiguración de la muerte redentora de Cristo.

El verdadero cristiano, entonces, se convierte en “mártir”. Más aún, sólo el mártir es el verdadero cristiano y testigo de Cristo (en griego, mártir significa “testigo”). Toda la historia de la Iglesia se ha visto coronada y adornada con la vida de tantos hijos suyos que, por amor a Jesucristo y por su fe en Él, se han convertido en mártires. Ésta es la condición radical del cristiano. Todos debemos estar dispuestos, por amor a Él y por su Iglesia, a ser testigos intrépidos del Evangelio, incluso hasta dar nuestra propia vida por Él.

Sólo así podemos llamarnos y ser auténticos cristianos, es decir, discípulos y seguidores de un Cristo, crucificado por la verdad del Evangelio y por nuestra redención.

Autor: P Clemente González Fuente: Catholic.net

¿No es el hijo del carpintero?

Mateo 13,54-58.
y, al llegar a su pueblo, se puso a enseñar a la gente en la sinagoga, de
tal manera que todos estaban maravillados. "¿De dónde le viene, decían,
esta sabiduría y ese poder de hacer milagros?
¿No es este el hijo del carpintero? ¿Su madre no es la que llaman María? ¿Y
no son hermanos suyos Santiago, José, Simón y Judas?
¿Y acaso no viven entre nosotros todas sus hermanas? ¿De dónde le vendrá
todo esto?".
Y Jesús era para ellos un motivo de tropiezo. Entonces les dijo: "Un
profeta es despreciado solamente en su pueblo y en su familia".
Y no hizo allí muchos milagros, a causa de la falta de fe de esa gente.


Comentario del Evangelio por San Hilario (hacia 315-367), obispo de Poitiers, doctor de la Iglesia

«¿No es el hijo del carpintero?'... Y no hizo allí muchos milagros porque les faltaba fe.»

Por muy largo que sea el tiempo en que gozaré del aliento de vida que
tú me has concedido, Padre santo, Dios todopoderoso, te proclamaré Dios
eterno, pero también Padre eterno. Jamás me pondré como juez de tu
omnipotencia y de tus misterios; jamás haré pasar mi conocimiento limitado
por encima de la verdadera noción de tu infinitud; jamás afirmaré que en
otro tiempo tú has existido sin tu Sabiduría, tu Poder y tu Verbo, Dios, el
Único engendrado, mi Señor Jesucristo. Porque si el lenguaje humano es
débil e imperfecto hablando de ti, no encogerá mi espíritu hasta el punto
de reducir mi fe al silencio, por muy faltado que esté de palabras capaces
de expresar el misterio de tu ser... En las mismas realidades de la
naturaleza hay muchas cosas de las cuales no conocemos la causa, sin
ignorar, sin embargo, los efectos. Y cuando por nuestra propia naturaleza
no sabemos qué decir de las cosas, nuestra fe se tiñe de adoración. Si
contemplo el movimiento de las estrellas..., el flujo y reflujo del mar...,
el poder escondido en la más pequeña de las semillas..., mi ignorancia me
ayuda a contemplar, porque si no comprendo a esta naturaleza que está a mi
servicio, discierno tu bondad por el mero hecho de que está ahí para
servirme. Yo mismo percibo que no me conozco, pero por eso mismo te admiro
todavía más... Me has dado el poder razonar y la vida y mis sentidos de
hombre que me hacen gozar tanto, pero no llego a comprender cuál ha sido mi
principio como hombre. Es pues no conociendo lo que me envuelve que
capto lo que tú eres; y percibiendo lo que eres, te adoro. Por eso mismo,
tratándose de tus misterios, el hecho de no comprenderlos no hace que
decrezca mi fe en tu omnipotencia... El nacimiento de tu Hijo eterno
sobrepasa a la misma noción de eternidad, es anterior a los tiempos
eternos. Antes de que nada existiera por ti, Dios Padre, el Hijo salía de
ti; es verdadero Dios... Jamás tu has existido sin él... Tú eres el Padre
eterno de tu Hijo Engendrado antes de los tiempos eternos.