sábado, 8 de marzo de 2008

Discusiones sobre el origen de Cristo

Juan 7, 40-53. Cuaresma. Delante de Cristo el hombre no se puede quedar indiferente. ¿Qué actitud tenemos nosotros?

Juan 7, 40-53

En aquel tiempo la gente que oyó estos discursos de Jesús, unos decían: Este es verdaderamente el profeta. Otros decían: Este es el Cristo. Pero otros replicaban: ¿Acaso va a venir de Galilea el Cristo? ¿No dice la Escritura que el Cristo vendrá de la descendencia de David y de Belén, el pueblo de donde era David? Se originó, pues, una disensión entre la gente por causa de él. Algunos de ellos querían detenerle, pero nadie le echó mano. Los guardias volvieron donde los sumos sacerdotes y los fariseos. Estos les dijeron: ¿Por qué no le habéis traído? Respondieron los guardias: Jamás un hombre ha hablado como habla ese hombre. Los fariseos les respondieron: ¿Vosotros también os habéis dejado embaucar? ¿Acaso ha creído en él algún magistrado o algún fariseo? Pero esa gente que no conoce la Ley son unos malditos. Les dice Nicodemo, que era uno de ellos, el que había ido anteriormente donde Jesús: ¿Acaso nuestra Ley juzga a un hombre sin haberle antes oído y sin saber lo que hace? Aquellos le respondieron: ¿También tú eres de Galilea? Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta. Y se volvieron cada uno a su casa.


Reflexión


Hace unos años un sacerdote misionero viajaba a una isla “perdida”. Allí comenzó a anunciar el evangelio. Los habitantes de aquel lugar al escuchar sus palabras se quedaron asombrados y decían al misionero: “¿cómo es posible que este hermoso mensaje llega a estas tierras sólo después de 2000 años?” ¡Es triste, pero esa es la realidad! Se ha dividido en tantas opiniones el mensaje de Cristo que es necesario luchar por su unidad, por anunciar su palabra a quien aún no lo ha escuchado.

Por ejemplo, sólo hay un 16 por ciento de católicos. Los cristianos en total son cerca de un 30 por ciento. El resto del mundo tiene otra creencia o no cree en nada. Es decir que para dos tercios de la población mundial, Jesucristo no significa mucho. Incluso hay gente que ni ha oído hablar de Jesucristo.

En tiempos de Jesús, pasaba lo mismo. Unos creían en él y otros no. Unos le amaban hasta la locura – díganme si no qué tiene de «razonable» rociar todo un valioso perfume sobre los pies de otra persona y secarlo con los propios cabellos- y otros le odiaban a muerte, y muerte de cruz. El mensaje era claro: “Él es el hijo de Dios, el Mesías, el redentor de la humanidad. El murió por nosotros, para liberarnos de nuestros pecados y abrirnos las puertas del cielo. Y quien cree en él y le acoge se salvará”.

Delante de Cristo el hombre no se puede quedar indiferente. Esa ya sería una actitud derrotista. ¿Qué actitud tenemos nosotros? ¿Es tan difícil creer en él? A una conclusión podemos llegar leyendo este evangelio: razones humanas siempre las podemos tener para no aceptar a Cristo, aunque muchas más para creer en él. No olvidemos, sin embargo, que la fe es un don que Dios regala a aquellos que son sencillos y se lo piden. ¡Pidamos a Dios que aumente cada día nuestra fe! Tenemos mucho que ganar.

Autor: Martin Ribas | Fuente: Catholic.net