miércoles, 16 de julio de 2008

«Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar»

Mateo 11,25-27. En esa oportunidad, Jesús dijo: "Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños. Sí, Padre, porque así lo has querido. Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

comentario del Evangelio por Jean Tauler (hacia 1300-1361), dominico en Estrasburgo Sermón 29 «Nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar»

Nos es imposible encontrar términos adecuados para hablar de la gloriosa Trinidad, y sin embargo es preciso decir de ella alguna cosa... Es absolutamente imposible a cualquier inteligencia comprender cómo la alta y esencial unidad es unidad simple en cuanto a la esencia y triple en cuanto a las Personas, cómo se distinguen las Personas, cómo el Padre engendra a su Hijo, cómo el Hijo procede del Padre y, sin embargo, permanece en él; y cómo, del conocimiento que sale de él, brota un torrente de amor que no se puede expresar, y que es el Espíritu Santo; y cómo estos derramamientos maravillosos refluyen en la inefable complacencia de la Trinidad en sí misma y en el gozo que la Trinidad tiene de sí misma en una unidad esencial... Vale más sentir todo esto que tenerlo que expresar... Esta Trinidad debemos considerar que está en nosotros mismos y darnos cuenta de cómo, verdaderamente, estamos hechos a su imagen y semejanza (Gn 1,26), porque se encuentra en el alma, en su estado natural, la propia imagen de Dios, imagen verdadera, limpia, aunque, sin embargo, no tenga toda la nobleza del objeto que ella representa. Los sabios dicen que reside en las facultades superiores del alma, en la memoria, inteligencia y voluntad... Pero otros maestros dicen, y esta opinión es muy superior, que la imagen de la Trinidad residiría en lo más íntimo, lo más secreto, en el trasfondo del alma... Seguramente que es en este trasfondo del alma que el Padre del cielo engendra a su Hijo único... Si alguien quiere sentir esto, que gire su mirada hacia el interior, muy por encima de cualquier actividad de sus facultades exteriores e interiores, por encima de las imágenes y de todo lo que jamás le ha llegado desde fuera, y que se sumerja y penetre en el fondo de su alma. Entonces el poder del Padre viene, y el Padre, a través de su Hijo único llama al hombre a su interior, y tal como el Hijo nace del Padre y refluye en el Padre, así también el hombre, en el Hijo, nace del Padre y con el Hijo refluye en el Padre, llegando a ser uno con él. Entonces el Santo Espíritu se derrama con una caridad y un gozo inexpresables y desbordantes, e inunda y penetra el fondo del hombre con sus amables dones.

Yo les aseguro que, en el día del Juicio, Tiro y Sidón serán tratadas menos rigurosamente que ustedes.

Mateo 11,20-24. Entonces Jesús comenzó a recriminar a aquellas ciudades donde había realizado más milagros, porque no se habían convertido. "¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros realizados entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y cubriéndose con ceniza. Yo les aseguro que, en el día del Juicio, Tiro y Sidón serán tratadas menos rigurosamente que ustedes. Y tú, Cafarnaún, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno. Porque si los milagros realizados en ti se hubieran hecho en Sodoma, esa ciudad aún existiría. Yo les aseguro que, en el día del Juicio, la tierra de Sodoma será tratada menos rigurosamente que tú". Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

Leer el comentario del Evangelio por San Simeón el Nuevo Teólogo (hacia 949-1022), monje ortodoxo

Himno 29 «En su nombre se predicará la conversión... a todos los pueblos» (Lc 24,47) ¡Raza entera de los hombres, reyes y príncipes, ricos y pobres, monjes y laicos, escuchadme que voy a contar la grandeza del amor de Dios hacia los hombres! He pecado contra él como no lo ha hecho ningún otro hombre en el mundo... Y sin embargo, lo sé, me ha llamado y le he respondido inmediatamente... Me ha llamado a la penitencia e, inmediatamente, he seguido a mi Maestro. Cuando se alejaba, le seguía...; él se marchaba, volvía, se escondía, aparecía de nuevo, y yo no me echaba atrás, no me he desalentado jamás, no he abandonado la carrera... Cuando no lo veía, lo buscaba. Desecho en lágrimas, preguntaba a todo el mundo, a todos aquellos que un día lo habían visto. ¿A quién preguntaba yo? No a los prudentes de este mundo, no a los sabios, sino a los profetas, a los apóstoles, a los padres –los sabios que en verdad poseen esta sabiduría que es él mismo, el Cristo, sabiduría de Dios (1C 1,24). Con muchas lágrimas y una pena grande en el corazón les preguntaba me dijeran adónde, un día, lo habían visto... Y, viendo mi deseo, viendo que para mí todo lo que hay en el mundo y el mismo mundo era considerado como nada a mis ojos..., él se hizo ver todo entero, a mí todo entero. Él que está fuera del mundo y que lleva al mundo y a todos los que están en el mundo sosteniéndoles como con una sola mano, tanto las cosas visibles como las invisibles (Col 1,16), vino a mi encuentro. ¿De dónde y cómo vino? Yo no lo sé... Las palabras son incapaces de expresar lo inexpresable. Tan sólo conocen estas realidades aquellos que las contemplan. Es por eso que hemos de apresurarnos a buscarlas con los actos y no con las palabras, ver y aprender las riquezas de los misterios divinos, las que el Maestro divino da a los que la buscan.