viernes, 2 de mayo de 2008

Alegría que nadie les puede quitar

Juan 16, 20-23. Pascua. No hay esperanza más bella que la que aguarda con paciencia.


Juan 16, 20-23


En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Vosotros estaréis tristes, pero vuestra tristeza se convertirá en gozo. La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño, ya no se acuerda del aprieto por el gozo de que ha nacido un hombre en el mundo. También vosotros estáis tristes ahora, pero volveré a veros y se alegrará vuestro corazón y vuestra alegría nadie os la podrá quitar. Aquel día no me preguntaréis nada. En verdad, en verdad os digo: lo que pidáis al Padre os lo dará en mi nombre.


Reflexión


Esperanza y desolación. Alegría y tristeza. Gozo y dolor. ¿Quién, además de Jesucristo, ofrece esto a sus amigos? ¿Quién propone esta perplejidad para los que quieren seguirle? Sin embargo, es así. El camino de Cristo es un camino de derrota aparente y de triunfo definitivo.

Ante la lectura de estas líneas de san Juan, cabe resaltar la sinceridad del Señor. Jamás oculta la realidad del sufrimiento, y es Él quien, con su propio testimonio, indica por dónde han de marchar sus discípulos. En su vida, Cristo vive la contradicción que confunde a los que escuchan su palabra: se inmola en la cruz para regalar al mundo la paz. La mente humana es demasiado humana para comprender el valor de este sacrificio.

Sin embargo, los cristianos no son unos pobres infelices, derrotados, de vida condenada. Todo lo contrario. Después del sufrimiento les espera un gozo profundo, una alegría incontenible, una sonrisa envidiable. No hay esperanza más bella que la que aguarda con paciencia, aún en medio de las batallas, el cumplimiento de las promesas del amor de Dios. Por eso debe brillar el rostro de un cristiano. ¡Dios lo ha redimido por medio de la donación de sí mismo!

Ante este misterio, la aflicción se transforma en júbilo, la oscuridad de la cruz en el esplendor de la resurrección del Señor.

Autor: Luis Miguel Rincón | Fuente: Catholic.net