martes, 22 de abril de 2008

Cristo da la paz a sus discípulos

Juan 14, 27-31. Pascua. Quien se aferra a Cristo en la tentación, experimenta la paz y la alegría del alma.



Juan 14, 27-31


En aquel tiempo dijo Jesús a sus discípulos: Os dejo la paz, mi paz os doy; no os la doy como la da el mundo. No se turbe vuestro corazón ni se acobarde. Habéis oído que os he dicho: Me voy y volveré a vosotros. Si me amarais, os alegraríais de que me fuera al Padre, porque el Padre es más grande que yo. Y os lo digo ahora, antes de que suceda, para que cuando suceda creáis. Ya no hablaré muchas cosas con vosotros, porque llega el príncipe de este mundo. En mí no tiene ningún poder; pero ha de saber el mundo que amo al Padre y que obro según el Padre me ha ordenado. Levantaos. Vámonos de aquí.


Reflexión


Hay un refrán que dice: “Quien algo teme es que algo debe”. La verdad que este sencillo dicho popular tiene mucho de verdadero. Así nos sucede en nuestra vida cristiana cuando no tenemos paz en nuestro interior. Algo no va bien, Cristo no está contento con nuestro modo de obrar o de pensar; nuestra alma se ve invadida por las tentaciones del demonio. Parece que va a naufragar y en vez de ir a Cristo nos acogemos a nuestras propias fuerzas; entonces sucede el cataclismo de nuestra vida cristiana.

Por el contrario, quien se agarra a Cristo en la tentación, experimenta la paz y la alegría del alma que se siente fuerte contra la tentación, porque está Cristo con nosotros; en lo más íntimo de nuestro corazón escuchamos las palabras de Jesús. “La paz os dejo, mi paz os doy”.

¡Cuántas cosas María no entendería a lo largo de su vida! Sin embargo, la tristeza y la desazón no llegaron a su alma, porque siempre llevaba a Cristo en el corazón y Cristo sólo produce paz y felicidad para el alma. Cuánto hemos de aprender de María. Sigamos su ejemplo; acerquémonos a Ella para pedirle que nos enseñe a amar a Jesús, que nos llene de su paz, pues una y otra vez María nos llevará hasta Jesús y nos susurrará al oído: “haz lo que Él te diga”.

Autor: Estanislao García | Fuente: Catholic.net