miércoles, 16 de julio de 2008

Yo les aseguro que, en el día del Juicio, Tiro y Sidón serán tratadas menos rigurosamente que ustedes.

Mateo 11,20-24. Entonces Jesús comenzó a recriminar a aquellas ciudades donde había realizado más milagros, porque no se habían convertido. "¡Ay de ti, Corozaín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros realizados entre ustedes se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se habrían convertido, poniéndose cilicio y cubriéndose con ceniza. Yo les aseguro que, en el día del Juicio, Tiro y Sidón serán tratadas menos rigurosamente que ustedes. Y tú, Cafarnaún, ¿acaso crees que serás elevada hasta el cielo? No, serás precipitada hasta el infierno. Porque si los milagros realizados en ti se hubieran hecho en Sodoma, esa ciudad aún existiría. Yo les aseguro que, en el día del Juicio, la tierra de Sodoma será tratada menos rigurosamente que tú". Extraído de la Biblia, Libro del Pueblo de Dios.

Leer el comentario del Evangelio por San Simeón el Nuevo Teólogo (hacia 949-1022), monje ortodoxo

Himno 29 «En su nombre se predicará la conversión... a todos los pueblos» (Lc 24,47) ¡Raza entera de los hombres, reyes y príncipes, ricos y pobres, monjes y laicos, escuchadme que voy a contar la grandeza del amor de Dios hacia los hombres! He pecado contra él como no lo ha hecho ningún otro hombre en el mundo... Y sin embargo, lo sé, me ha llamado y le he respondido inmediatamente... Me ha llamado a la penitencia e, inmediatamente, he seguido a mi Maestro. Cuando se alejaba, le seguía...; él se marchaba, volvía, se escondía, aparecía de nuevo, y yo no me echaba atrás, no me he desalentado jamás, no he abandonado la carrera... Cuando no lo veía, lo buscaba. Desecho en lágrimas, preguntaba a todo el mundo, a todos aquellos que un día lo habían visto. ¿A quién preguntaba yo? No a los prudentes de este mundo, no a los sabios, sino a los profetas, a los apóstoles, a los padres –los sabios que en verdad poseen esta sabiduría que es él mismo, el Cristo, sabiduría de Dios (1C 1,24). Con muchas lágrimas y una pena grande en el corazón les preguntaba me dijeran adónde, un día, lo habían visto... Y, viendo mi deseo, viendo que para mí todo lo que hay en el mundo y el mismo mundo era considerado como nada a mis ojos..., él se hizo ver todo entero, a mí todo entero. Él que está fuera del mundo y que lleva al mundo y a todos los que están en el mundo sosteniéndoles como con una sola mano, tanto las cosas visibles como las invisibles (Col 1,16), vino a mi encuentro. ¿De dónde y cómo vino? Yo no lo sé... Las palabras son incapaces de expresar lo inexpresable. Tan sólo conocen estas realidades aquellos que las contemplan. Es por eso que hemos de apresurarnos a buscarlas con los actos y no con las palabras, ver y aprender las riquezas de los misterios divinos, las que el Maestro divino da a los que la buscan.

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